lunes, 25 de julio de 2016

Ha pasado cierto tiempo desde que escribí mi última entrada pero quiero recompensaros con algunos de los capítulos de una historia que comencé a escribir hace algunos años, espero que estén a la altura:

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Te paso lo poquito que he pasado a limpio de la historia. Espero que te guste.





La Voz Del Diablo.































By: Sora Suzuki & Rem.
















Epígrafe Para Un Libro condenado:

Lector apacible y bucólico,
Ingenuo y sobrio hombre de bien, 
Tira este libro saturniano, 
Melancólico y orgiástico.

Si no cursaste tu retórica 
Con Satanás, decano astuto, 
¡tíralo!, no me entenderías,
O me juzgarías histérico

Más si tu vista, sin arrobo,
Sabe sumirse en los abismos 
Léeme y aprenderás a amarme;

Alma curiosa que padeces 
Y que buscas tu paraíso,
¡compadéceme!... ¡o te maldigo!































Prólogo:                                                                                                                   Samael.

Levaba milenios consumiéndome, atrapado en un poderoso vórtice de recuerdos y remordimiento, que por el simple hecho de formar parte del pasado, sangraban como una herida abierta.
    En innumerables ocasiones había intentado poner punto y final a mi existencia, de todas las maneras imaginables e inimaginables, pero el mundo humano es pobre en cuanto a recursos para matar a un ángel.
    Y a pesar del dolor y las muertes que había provocado, Azrael se mostraba de nuevo ante mí ofreciéndome la oportunidad de enmendar mi error. 
    El péndulo de cristal oscilaba suavemente ante mis ojos desde el extremo de la fina cadena de plata. Resultaba absurdo que algo tan aparentemente hermoso y delicado hubiese sido capaz de contener a Luzbel durante millones de años en las profundidades del Infierno.
    Con la boca seca aparté mi mirada de aquél objeto y la dirigí a rostro marmóreo del otro.
-¿Por qué haces esto? – pregunté con voz ronca.
- No quieras acabar la partida antes de que el peón realice el primer movimiento – replicó desvaneciéndose en una neblina sanguinolenta y dejándome con la palabra en la boca. 
    Me dejé caer deslizando lentamente mi espalda por la pared acolchada de la habitación y al llegar al suelo, me abracé las piernas y oculté el rostro en mis rodillas.


  1. Hogar                                                                                                    Satoshi Hirano.

La lluvia cae empapando la arena
Del árido desierto
La semilla que concibe vida firmemente
Echa raíz.

La flor que ha florecido
 es la flor del amor.
Ella conoce que es la soledad
De estar en el suelo.

Todo está sepultado, en el corazón perdido,
El tierno dolor y las lágrimas de haber amado.
El verdadero significado de la soledad
Es traído por la herida de estar locamente enamorado.

En un tiempo en que sin palabras
Las emociones hablan
La necesidad de uno es el origen
Del amor.

Respirando profundamente una y otra vez
Los sentidos quedan insatisfechos

Esta inútil realidad arrancada de sus manos
Es como si fuera un pecado
La lanza manchada de rojo de clava en la tierra
Como una lección marca el cuerpo.

El hombre no puede vivir solo y por eso
Busca al otro
Todo comenzó cuando se crearon las palabras
“No necesito nada más si por amor soy herido”
Fíjate, una vez escupes estas palabras has comenzado
(Ishtar- Girugamesh)


La música, desde que tengo uso de razón siempre ha sido el motor de mi vida. Era el viento empujándome entre los omóplatos, una voz que me susurra que aunque la vida a veces sea injusta y amarga y ponga obstáculos para hacerte caer. Tienes que ser fuerte, apretar los dientes y ponerte de nuevo en pie.
    Avanzaba por la calle con paso decidido mientras la canción resonaba en mis oídos y mis labios la cantaban. La gente se me podía quedar mirando, era libre de hacerlo, lo mismo que yo era libre de cantar.
    Aquello que otorga libertad a las aves son sus alas y mis alas eran la música y el Stradivarius que guardaba en el estuche colgado a mi espalda.
    Me dirigía al Shibuya Extreme Ink, el estudio de tatuaje de mi tío. Aquella tarde, Shinohara-san, la recepcionista del local había tenido que irse a prisa y corriendo con su gata Ichigo al veterinario y él me había pedido el favor de cubrirla hasta su regreso.
    Una vez en la puerta del estudio apagué el reproductor del Iphone y guardé con cuidado los auriculares en el bolsillo del pantalón junto al móvil. Abrí la puerta y entré.
    El estudio estaba decorado al estilo burlesque y los colores que predominaban eran el negro, el rojo y el dorado. En las paredes había enmarcadas fotografías de los artistas del local y sus obras, así como de los mejores tatuadotes del mundo y sus piezas más reconocibles.
    Chantelle, una de las tatuadoras que esperaba a su cliente me vio entrar y vino a saludarme como acostumbraba; con un abrazo de oso y dos besos en la cara. Sonreí sintiendo como se me encendían las mejillas.
     Había venido desde Brasil once años antes para comenzar una nueva vida con Yoshihiro, su pareja, ambos eran artistas y mi tío les ofreció trabajo en el estudio tras ver de qué eran capaces. Desde entonces ella era la hermosa musa Pin-up del estudio. Tenía una delicada piel dorada, los ojos muy negros y tan grandes que si uno no tenía cuidado, muy posiblemente podría caer en ellos sin escapatoria. Era esbelta y tenía una forma casi hipnótica de moverse. ¿Cuántas veces no me había quedado embobado contemplando su melena negra como la tinta o la elegancia de su cuello delicado?
     Huelga decir que la mayoría de los clientes masculinos pedían ser tatuados por ella pensando que tan solo se trataba de una cara y un cuerpo bonito. Lo mejor era que cuando acaba su trabajo, ellos de iban doblemente satisfechos. Una chica preciosa les había impreso en la piel una verdadera obra de arte.
     - Hola, Williams-san, muy buenas tardes – dije un poco turbado, no acostumbraba a acostumbrarme a su efusividad – o quizá fueran las hormonas- ¿Podrías avisar a Tatsu de que ya he llegado?
     - Claro que sí, cielo – repuso ella con una de esas sonrisas suyas que provocaban que se me cortocircuitara el cerebro - ¿Necesitas algo más?
      Le devolví el gesto.
-Solo eso – respondí y ella se alejó en dirección a las zonas de trabajo. Suspiré aliviado de que no se me notara lo nervioso que estaba.

Me senté al otro lado del mostrador y abrí mi cuenta de Facebook. Aquella mañana había sido etiquetado en una foto y por la ingente cantidad de comentarios de los que se me avisaba, debía ser algo particularmente insólito.
    Abrí el enlace a la foto y vi que se trataba de una fotografía de dos chicos. Estaban sentados en lo que parecía la escalinata de una  colosal mansión. Ambos llevaban el mismo uniforme; americana y pantalón negro, camisa blanca y corbata color Burdeos.
    Ambos parecían asiáticos. El que se encontraba a la derecha tenía el pelo castaño, largo hasta un poco más abajo de los hombros, cortado a capas que le enmarcaban la cara. Tenía los ojos color castaño claro, casi del color de la miel, rasgos bien proporcionados y una sonrisa resplandeciente, autosuficiente y estudiada. No me cayó nada bien.
    El chico de la izquierda también era bastante atractivo, pero parecía incómodo, como si hacerse la foto lo avergonzase. Tenía el pelo negro cortado de maneta que un lado del flequillo le cubriese el ojo izquierdo, pero en ése instante no cumplía su función, eso me extrañó y quizá por eso me di cuenta de que lo tenía de un gris muy claro al contrario que el derecho que lo tenía negro.
     Entonces llegó un nuevo comentario a la foto, lo busqué y lo leí:

Raúl Contreras Bahamut: ¡Venga ya tío! ¡¿Cómo te atreves a sentarte al lado de ésa cosa?! ¡Da grima… >______<

Con “cosa” no sabía muy bien a que se refería, pero me lo empezaba a oler. Leí los otros comentarios y efectivamente se referían al chico con heterocromía.

Satoshi Hirano Strad-Dreamer: Puede que ninguno de vosotros se haya planteado la posibilidad de que estéis criticando a un ser humano. Por cierto, la heterocromía no es ninguna enfermedad contagiosa, pero la estupidez sí. Tened cuidado de que no se declare una epidemia.

Escribí sin poderme contener. Nadie se puede ni siquiera imaginar lo mucho que me molestan este tipo de cosas.